En las antiguas “escuelas de cagones”, llamadas así por acudir a ellas personajillos con incontinencias aún no disciplinadas, nos enseñaron a fuego en qué consistía la justicia igualitaria.
La disposición del aula no podía ser más sencilla: nos sentábamos todos en pequeños taburetes en torno al maestro; eso sí, a una distancia tal, que la longitud de la vara que descansaba a su alcance, llegara a todas las cabezas semipensantes, de pelos alborotados. Se aplicaba una norma general: al transgresor de las normas le aplicaban el palo y ¡ay de ti! si llegabas a casa con la cantinela de que habías sufrido castigo, porque la correa o la zapatilla refrendaban sobradamente la actitud del maestro.
Aunque a veces se notaba la predilección del enseñante por algunas personas, en lo tocante a la utilización del castigo ante los desvaríos, no existía discriminación alguna,se aplicaba de inmediato, en juicio sumarísimo.
Viene esto a cuento, no de la enseñanza, de la que hablaremos algún día, sino de la justicia.
Estamos asistiendo, sin entenderlo del todo, a una serie de comportamientos judiciales con ciertos personajes , que aún no tienen disciplinada su incontinencia de corrupción, a los que, caso de haber asistido a la escuela antigua justiciera, de seguro que el maestro no hubiera consentido que se colocaran fuera del alcance de la vara común al que tanto se temía.
Nadie pone en tela de juicio el derecho fundamental a la presunción de inocencia, proclamado en nuestra Constitución, que sólo decae ante prueba suficiente en contra, ante juez imparcial, ¡faltaría más!, Bien que echamos de menos aquellos que éramos vareados, a veces por un maestro ya mayor, con el oído o la vista disminuidos, que previamente al golpe, ante la alegación de “ha sido fulanito”, se hubiese suspendido la clase, procediendo a la apertura de un juicio donde se dictaminara si el maestro debería o no aplicar el castigo, en lugar de ser considerado chivato por los demás y recibir el abucheo del resto de compañeros.
Pero ese maestro cegato y sordo, conociendo sus limitaciones y preocupado por el buen orden en el aula, siempre colocaba en primera fila a los más alborotadores, de manera que, viéndose vigilados de cerca, decaían de inmediato en sus intentos de alborotar.
¿Que está pasando aquí con la Justicia? Muy fácil; por un lado, su mandamás, en vez de preocuparse por poner unas buenas lentes y un excelente audífono a los que imparten justicia, que de ese modo tendrían a su mano a los más necesitados de corrección, les obliga a juzgar con medios precarios y, para evitarles trabajo, deja sin derechos a buena parte de la población.
Que es lo mismo que si al maestro de escuela antiguo, le quitara aquellas gafas redondas y rayadas que remediaban en parte su ceguera y para que pudiera enseñar mejor, le dejaran a solas con los malhechores más pudientes, cuyos padres, en vez de aplicar zapatilla, pusieran a parir al maestro a la mínima, considerando que la vara era anticonstitucional.
Los métodos de aquélla escuela deben ser atemperados y corregidos ¡qué duda cabe!, pero eso es una cosa y otra bien distinta que los bárcenas y duques se aprovechen de la falta de medios de la justicia y puedan dilatar sus procedimientos más allá de lo que parece justo.
De seguir así, apaga y vámonos.