De una cosa estoy convencido: el nuevo Papa Francisco sabe jugar al mus y, en las primeras dadas, le han tocado buenas cartas.
Por eso, nada más empezar a jugar, le ha echado un òrdago a la grande a todos los revestidos de púrpuras, que utilizan distintivos religiosos de oro y piedras preciosas, haciendo su primera aparición en el balcón-púlpito de la plaza de San Pedro, luciendo en su pechera un Cristo de hierro, que de inmediato reconocieron todos los pobres del mundo. A mi me sale del alma un ¡olé!, que espero que no deambule en solitario en busca del oído papal.
A la pequeña, también ordagueó el jesuita, haciendo dejación de su derecho al papamóvil , ocupando un puesto en uno de los autocares utilizados por sus compañeros para trasladarse a recoger sus cosas a la habitación que, de seguro, fue testigo mudo de, vaya usted a saber ,las cábalas y pensamientos que asaltaron al que estaba en el umbral de pasar a la historia de la Iglesia; otro olé para este trotamundos.
Como tenía buenos pares, ordagueó a sus obispos argentinos, que, sobresaltados, no entendían que les propusiera que los dineros que tenían pensado utilizar en su viaje a Roma, para celebrar su ascenso al puesto de Pedro, los emplearan en ayudar a remediar la pobreza del pueblo argentino. Aplausos.
Tiene treinta y uno a juego, siendo mano; que es , salvo que algún jugador tenga la real, una jugada ganadora. Pero él duda, porque todavía no ha tenido acceso a esos informes que, según parece, fueron decisivos para la renuncia del Papa anterior. Por eso, se pasa al juego, por si las moscas, y espera, con esos ojillos de pícaro que delatan a veces su estado de ánimo, a que los demás se pronuncien…¡soberbia jugada!.
Si los demás jugadores piensan que el Papa aceptaría un envite de ellos, se equivocan, dejará que ganen, tanto si tienen la real como si no, porque así conocerá la forma de juego que tienen.
Ya se han dado nuevas cartas, esperemos como las juega este As de la vida religiosa.